Comentario
La información es una de las claves principales que sujeta el edificio del poder y, seguramente, ningún otro asunto registró tanta atención como la dedicada a la obtención de información por los Estados europeos en la segunda mitad del siglo XV. La permanente amenaza turca, los descubrimientos geográficos, los movimientos de tropas, la elección de un nuevo Papa y hasta los enlaces matrimoniales de los príncipes se convirtieron en materias informativas de primer orden. Estamos en el Renacimiento y por toda Europa se extiende el afán de conocer. Importa saber qué hacen los otros e intervenir activamente en los centros en los que se toman decisiones de carácter general. Probablemente por ello la diplomacia fue una de las actividades políticas que más se desarrolló durante el Renacimiento. Si a Fernando el Católico ha de reconocérsele el ser uno de los primeros príncipes que estableció legaciones diplomáticas permanentes en las principales cortes europeas, la tradición diplomática general había marcado en el pasado próximo una práctica que había obligado a la mayor parte de los países a resolver sus problemas mediante reuniones de carácter internacional. Así, la resolución del Cisma de Occidente, o el combate contra la amenaza turca estableciendo planes de cruzada, o los concilios que la propia Iglesia celebró en Pisa, Constanza y Basilea, donde los principales monarcas tuvieron su representación diplomática. También, la acción combinada en múltiples frentes que originaban pactos dinásticos de los que el propio Fernando el Católico tuvo una amplia experiencia en sus relaciones con Alemania, Italia, Portugal, Inglaterra y los Países Bajos, sobre todo entre los años 1475 y 1477. Incluso en el interior de los propios reinos la celebración de Juntas intentaron resolver problemas domésticos. Durante toda la baja Edad Media la Corona de Aragón había desarrollado una intensa actividad diplomática que se había orientado hacia los países vecinos de Castilla, Navarra y Francia, Italia y el Papado. Sin embargo, hasta el reinado de los Reyes Católicos no se produjo la institucionalización de relaciones permanentes; junto a los embajadores de carácter extraordinario actuaron auténticos profesionales de la diplomacia, cuya procedencia social es semejante a los cuadros que los reyes dispusieron en el interior de los reinos. Nobles, eclesiásticos y letrados desempeñaron una activa diplomacia cuya organización correspondió al talento político del Rey Católico. Así puede constatarse en el desempeño de las embajadas continuadas ante el Papado, del conde de Tendilla don Iñigo López de Mendoza, en el período 1485-1487, sustituido por Francisco de Rojas hasta 1488, que fue sucedido por Alfonso de Silva en 1489, éste por Bernardino de Carvajal y por Juan Ruiz de Medina en un periodo singularmente importante para los intereses de la Corona, como es el tiempo 1490-1493, por el propio Garcilaso de la Vega, embajador durante el período 1494-1499, o por Jerónimo de Vich hasta 1518. Si el Papado era una pieza importante en las relaciones diplomáticas de los Estados, pues aún se le reconocía una función de arbitraje entre los príncipes cristianos y una decisiva actuación en los temas relacionados con la cruzada, la apertura de relaciones diplomáticas estables también afectó a los otros reinos europeos. Fernando el Católico dispuso la construcción de embajadas permanentes en la mayor parte de los Estados europeos; en Inglaterra desde 1487, en Portugal desde 1490, en Alemania desde 1493, en Francia desde 1499.
Este despliegue diplomático, caracterizado por una cuidadosa selección de sus efectivos humanos, que se obtienen de todos los reinos, que en ocasiones se movilizan de un país a otro, tiene su precedente en la singular actividad política y diplomática desarrollada por Alfonso el Magnánimo desde su corte napolitana. Pero Fernando el Católico va más lejos; él es el prototipo de príncipe nuevo que vio Maquiavelo:
"Ninguna cosa hace estimar a un príncipe tanto como las grandes empresas y el dar de sí raros ejemplos. Tenemos en nuestros tiempos a Fernando, rey de Aragón y actual rey de España. Se le puede llamar casi príncipe nuevo porque, habiendo comenzado como débil rey ha llegado a ser por la fama y por la gloria el primer rey de los cristianos; y, si consideráis sus acciones, las encontraréis todas grandísimas y alguna extraordinaria. Al principio de su reinado conquistó Granada y esta empresa fue fundamento de su poder".
En efecto, la ofensiva diplomática y el principio de una política exterior más activa se consiguen a partir de 1492, tras la conquista de Granada. El Mediterráneo era para los reyes de la Corona de Aragón un viejo escenario en el que se había proyectado el trabajo de un tiempo significado por el progreso del comercio catalán. Barcelona era la cabecera de una voluntad muy activa que unía los intereses de los catalanes, valencianos y mallorquines, y que hacía llegar su influencia a territorios próximos como Palermo y Mesina, y más alejados como Rodas, Chipre y Alejandría. La vocación mediterránea de la Corona de Aragón era un contraste antiguo de la vocación atlántica de la Corona de Castilla; las alianzas que suscitó la guerra civil castellana que enfrentó a los partidarios de doña Juana y a los de doña Isabel, revelan apoyos interesados; Portugal fue el opuesto de Aragón en la lucha por el trono castellano, y la experiencia atlántica posterior muestra que lo que se generó en el Mediterráneo acabó ensayándose con éxito en el Atlántico.
La definición de las vocaciones diferenciadas asigna un papel de preparación a Aragón y el papel de ejecutor a Castilla. Se trata de un proceso en el que entraron muchos elementos que aún no han sido suficientemente destacados y, como se verá más adelante, el éxito de la diplomacia de Fernando el Católico en relación con las reivindicaciones presentadas por Portugal tras el primer viaje colombino, obedeció en buena parte a que gobernaba la Iglesia un valenciano, Rodrigo Borja, que tomó el nombre de Alejandro VI y que, desde 1493, se declaró por diversos breves y bulas pontificias, decidido partidario de la política expansiva de los Reyes Católicos. Claro es que también Fernando el Católico se ocupó de colocar en importantes puestos a la familia del Papa; un hijo de Alejandro VI fue nombrado duque de Gandía, otro, arzobispo de Valencia, y a otros dos se les señalaron importantes rentas situadas en el reino de Nápoles. El favor que Alejandro VI prestó a la Monarquía Católica fue muy significativo en el episodio duradero de la rivalidad castellano-portuguesa; así en la bula Dudum siquidem, de 25 de septiembre de 1493, el Papa concedía a los Reyes Católicos todas las tierras descubiertas y por descubrir "que no se encontrasen bajo el actual dominio temporal de algunos señores cristianos, amenazando a quienes pretendan ir o enviar de alguna manera a las partes citadas para navegar, pescar o buscar islas o tierras firmes, o con cualquier otro motivo o pretexto", sin licencia de los Reyes, con la excomunion "latae sententiae".
Si Roma estaba en buenas manos para el desarrollo de la política atlántica de Castilla, el Mediterráneo aragonés hacía tiempo que había entrado en crisis. La desaparición del rey aragonés Alfonso el Magnánimo había contribuido a poner de relieve una serie de contradicciones que se deducían de la política que este monarca había desarrollado en Italia en defensa de Nápoles; primero contra una coalición formada por el papa Eugenio IV, Milán, Génova, Florencia y Venecia; y después, a la muerte de Felipe María Visconti, duque de Milán y Señor de Génova, ocurrida en 1447, a otra coalición formada por Carlos VII de Francia y por Florencia, que acudieron en defensa de Milán y de Génova, a cuya herencia aspiraba Alfonso el Magnánimo. Este rey se había desentendido por completo de los reinos peninsulares de la Corona de Aragón; desde 1435 había pactado con Milán el control de Italia, y desde la Paz de Lodi de 1454, propiciada por la caída de Constantinopla en 1453 y la amenaza turca contra Venecia, se había comprometido a que Nápoles contribuiría a restablecer la paz interna de Italia y, junto con las repúblicas, formar un frente común contra la amenaza turca y contra la presencia francesa. La tercera ocasión en que Alfonso el Magnánimo hubo de hacer frente a una coalición formada por Francia y Génova, vino determinada por una nueva guerra entre napolitanos y genoveses.
El balance de estos precedentes afectó a la política mediterránea del Rey Católico; la rivalidad entre catalanes y genoveses venía de antiguo, y también las apetencias francesas sobre Italia. Entre 1475 y 1477 las diplomacias de Fernando el Católico en el Imperio, en Italia y en los Países Bajos trabajaron para producir el aislamiento de Francia, pero será a partir de 1494 cuando estalle un nuevo conflicto en Italia y la guerra hispano-francesa. El Rey Católico pretendía el reino de Nápoles como sucesor legítimo de Alfonso el Magnánimo que había declarado heredero a un hijo ilegítimo, y en aquel momento se titulaba rey de Nápoles Ferrante II, que era biznieto de Alfonso. Carlos VIII invadió Nápoles y Fernando el Católico intervino en apoyo de su pariente. Hasta 1500 duró una tensión que sólo se vio apaciguada por la tregua de 1498, y por la paz definitiva firmada en Granada por la cual Nápoles quedaría bajo el control conjunto de Francia y de Aragón. Fernando el Católico, pese a los triunfos militares conseguidos por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, perdía el control absoluto que la Corona de Aragón había mantenido sobre Nápoles, pero los acuerdos de Granada no se cumplieron y una nueva guerra hispano-francesa, comenzada en 1501, complicaba simultáneamente la actuación de los ejércitos en tres frentes: en el Rosellón, Navarra y en Italia. Las brillantes campañas militares del Gran Capitán hicieron posible la victoria inicial de Fernando el Católico. Pero la guerra iba a dejar paso a una paz inestable. Diversos acontecimientos hicieron funcionar de nuevo la máquina diplomática de Fernando el Católico; la elección de un nuevo papa, Julio II, a finales de 1503, la muerte de Isabel la Católica, en la primavera de 1504, el problema sucesorio en Castilla, y la alianza matrimonial que permitía a Fernando el Católico casarse con Germana de Foix, sobrina del rey francés Luis XII, aplazaron un problema que volvería a repetirse desde 1509 en adelante.